Día 1 de 60

DÍA 1

- Papa. ¿vamos a morir?
Lo abrazo. Le doy un beso en su cabeza. Lo aprieto muy fuerte contra mi pecho. Me aguanto las ganas de llorar. Porque no serían lágrimas de pena. Serian de rabia, coraje, irritación. Tendiéndolo todo no tenemos nada. No hay nada que pueda luchar contra un virus. Excepto las ganas de sobrevivir, de vivir y contar lo que ocurrió. Depende del sistema inmunológico. Depende de cada cuerpo. Yo fumo. Si el virus entrara en mi cuerpo tendría el ticket directo a una muerte segura. Aunque no le temo a la muerte. Solo me preocupa que aún me queda por entrenar a mi hijo. 
- ¿Puedes escuchar mi corazón? – le pregunto- 
- Si – responde con voz temblorosa- 
- Es igual al tuyo. La otra mitad es de tu mama. No solo tiene ritmo. Sino que también tiene fe y esperanza. Y no, no vas a morir. Mientras yo este de guardia no vas a morir.
- ¿y si dios así lo decide?
- Hablare con él. Pero, me debes prometer algo. 
- Pero dime que cosa para ver si prometo o no.
- Solo confía en mí. ¿lo prometes?
- Está bien. Lo prometo.
- Si me voy antes que tu déjame ir. 
- No te entiendo.
- Si me muero antes que tu déjame ir.
- Sigo sin entender.
- Si algo me pasare y mi muerte fuera lenta, triste, sufrida me prometes que solo recordaras lo mejor de lo que te he podido entregar.
- ¿Tu buen humor?
- Algo así.
- ¿Tus ganas de vivir?
- También.
- ¿Tu afán de salir entre las nubes cuando está lloviendo?
- Si.
- ¿tu magia al intentar transformar las sombras en luz?
- Si…
Las lágrimas hablaron solas. El lenguaje de las lágrimas tiene un idioma que solo hay que dejar fluir. No es más hombre quien llora o no. Probablemente es más hombre o más mujer la que deja que sus emociones y sentimientos continúen su expresión y busquen una salida. 
Le limpie sus lágrimas. Mi esposa lloraba también. La llame. Le pedí que nos acompañara.  Los tres nos abrazamos. Que idiotas que somos que un virus nos tenga que unir. Que idiota que somos que un virus nos haga recordar lo HUMANO que somos. Que idiota que he sido al darle más horas a mi trabajo que a mi familia.
Que idiota que he sido que me he preocupado más del desodorante, de la casa, del auto, de los zapatos, de la cama, de las cortinas, de la televisión, del celular, del reggaetón, de lo material. Que idiota que un virus que ni siquiera podemos ver nos haga observar lo que realmente es LO IMPORTANTE. 
Finalmente, mi hijo se durmió. Mi esposa también. Yo no podía dormir. Como podía dormir teniendo tantas cosas en la cabeza. Una de ellas: ¿Dónde estaba Dios?
Mire el techo por más de tres horas. Me levanté suavemente y fui al living. Me tome un vaso de agua. Lo lave con cloro. Fui al patio. Llovía un poco. Y le hable al cielo:
- En donde estés. Con quien estés. En las coordenadas que estés escúchame con atención. Si necesitas guerreros en tu cielo aquí estoy. Si te hacen falta refuerzos aquí estoy. Si necesitas de ángeles que te sirvan y al lado de tu hombro luchen en beneficio de la humanidad: aquí estoy. Solo te pido que dentro de casa hay un alma y un cuerpo joven. Recién comienza. A mí me diste la dicha de amar y ser amado, de darme un vida simple, fácil, sencillamente normal y extraordinaria. Solo te pido que si en tus planes esta la necesidad de un alma: aquí estoy. Además, y esto es serio. Si te lo llevas a el: ME LLEVARAS A MI TAMBIÉN. 
Termine mi suerte de rezo. Me fume como tres cigarrillos. Sé qué hace mal. Pero, que puede ser peor: vivir sin haber despertado, morir de cáncer, morir de coronavirus, o morir sin haber vivido.

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