El Enfermo / Parte I
enfermo.
I.
Y
como todos los días el enfermo se levantó. Se miró al espejo y encontró que era
el hombre más atractivo de la Tierra y del universo conocido y por conocer. Nadie podía ser mas bello que él. Cuando sentía que alguien era mas inteligente, mas bello, mas bondadoso, mas ser humano, le daba un calor que le subía de pies a cabeza. Después de mirarse por mas de diez minutos en el espejo, miró por la ventana de su casa, que no era de él, y encontró
todo feo. Excepto a él mismo. El enfermo se bañó, se perfumó, desayunó, se vistió
y fue al trabajo (según él).
El
enfermo nunca saco una profesión. Para él era innecesario, una pérdida de
tiempo, una inversión que solo los tontos debían seguir. Porque el enfermo quería
dinero rápido, sin tanta burocracia, sin tantos intermediarios, sin sudar una
gota. El enfermo había encontrado la forma perfecta de robar sin escrúpulos. Había
encontrado vacíos legales en la ley para hacer de sus fechorías. Ellos son los
tontos, decía el enfermo, por no fijarse y hacer las cosas de manera adecuada. Porque
el enfermo pensaba que el mundo le debía mucho, porque pensaba que el mundo aun
no le pagaba lo que le debía, porque pensaba que el mundo le adeudaba su
existencia.
El
enfermo creía que trabajaba durante el
día. Para él, el trabajo no debería existir. Según el, el truco está en saber cómo mover los hilos, cómo aprovechar las oportunidades y cómo engañar a todos. ¿El trabajo? Eso es para los que no saben robar bien, decía el enfermo. Yo solo hago lo justo, me tomo mi tiempo, todo bajo control, y me echo unas buenas risas mientras veo a los demás corriendo tras su sueldo, acotaba el enfermo en la oficina. pero, nunca trabajo. Los demás hacían su trabajo. El solo comandaba lo que había
que hacer. De modo improvisado. Sin planificación alguna. El enfermo no
hablaba. El enfermo ladraba órdenes. El enfermo pensaba en su minúsculo universo
cognitivo que el que gritaba más fuerte tenía la razón y que estaba en lo correcto
de sus puntos a discutir.
También
el enfermo reclamaba todo el día. Indisponía a sus compañeros y los hacía
quedar de idiotas frente a muchas tareas. Además, reclamaba porque eran
demasiadas las horas que según él debía invertir para que las cosas salieran de
manera correcta. Quería siempre estar de vacaciones. Cuando llegaba al trabajo
encontraba todo mal. Todo estaba desordenado para tan magnifica mente. Y todo
debía quedar como él deseaba. Porque el enfermo pensaba que había nacido con
muchos dones que la mayoría de las personas no tenía. Si no se hacía como él
quería, él pensaba que todo estaba mal. Tenía esa característica de pensar que
el mundo pasaba a través de sus ojos y que él era el filtro único humano en el
planeta. Es decir, el mundo era lo que el observaba, percibía, pensaba,
memorizaba, recordaba, anhelaba, deseaba, construía, comía, divagaba,
analizaba, sintetizaba, deducía e inducia. Según el enfermo, su existencia era
la prueba máxima de que la objetividad existía, que la imparcialidad podía
lograrse, que lo neutral era un punto que podía pulirse, y que lo desapasionado
debía ser una religión a entrenar.
El
enfermo solo creía en él. Solo en él y en nadie más. Cuando veía algo diferente
sufría de grandes dolores de cabeza y estómago. Un día alguien pensó diferente
a él. Su mejor amigo lo llevo al doctor. En la consulta el enfermo reclamo por
más de cinco minutos por qué no lo atendían. Hasta que al final lo atendieron.
El doctor le señaló que adolecía y el enfermo le dijo que estaba equivocado. El
enfermo le dijo al doctor que no tenía la razón. El doctor le dio algunas
pastillas. El enfermo las tiro al suelo. Porque el enfermo sabía más que
cualquier profesional.
Mientras caminaba otra vez a su
trabajo el enfermo decidió ir a tomar una taza de café a una tienda. Pidió el
café. Se sentó. Observo a la persona que atendía y mintió. La persona que
atendía, según el enfermo, le había dado mal el vuelto. Por tanto, la persona
que atendía tuvo que darle más dinero. No obstante, la persona que atendía
sabía que había entregado bien el dinero. Pero, como buena trabajadora para no
discutir le regalo parte de su sueldo. El enfermo no se inmuto. En lo más
mínimo. Al contrario, se sentía orgulloso de sus actos y comportamientos. Según él mismo, las personas deben ser
fuertes. Al enfermo no le interesaba pasar por encima de los demás. Como él
veía todo desde su perspectiva nada estaba mal para él.
El enfermo dejo el café y fue
al trabajo otra vez. Pero antes, paso por unas galletas. El Enfermo elegía los
mejores lugares para realizar sus compras. El enfermo nunca compro ni compraba
cosas en las calle. Para el enfermo realizar estas actividades le provocaba
alergia porque su alma no era de este planeta. Cuando llego al trabajo su
compañero pregunto por unos informes que debía entregar y respondió que lo
tenía otro compañero. El compañero fue donde el compañero y el compañero le
dijo al otro compañero que no tenía el informe. Nadie encontraba el informe. Pero
era por algo lógico: El enfermo nunca había hecho ni entregado el informe. El enfermo otra vez mentía. El enfermo nunca
tenía la culpa de nada. Eran los demás los culpables y responsables de la
realidad.
El enfermo de nuevo se enfermó.
Bueno… enfermo más que de lo que estaba. Pero deicidio no ir al médico. Porque
el medico no sabía más que el propio enfermo. Durante muchos momentos del día
al enfermo le molestaba lo que se hablaba a su alrededor, le molestaba porque
según él generaban malas vibras laborales. Y obviamente, contraían su propia
aura. Llena de energía y buenas intenciones. Pero, las molestias continuaban.
Al enfermo le dio un poco de fiebre y comenzó a delirar, más de lo común, sin
darse cuenta que había conectado con alguna deidad.
Fue
ahí que comenzó a pensar en Dios. Intentaba durante el día hablar con él, pero
dios no le respondía. Entonces, el enfermo decidió inventarse un dialogo con
él. Según el enfermo Dios le hablaba.
Pero dios jamás le dirigió la palabra. Con esta nueva aventura el enfermo se
dirigió como todos los días a su trabajo y le contó a cada uno de sus
compañeros que Dios le hablaba. Hasta que uno de sus compañeros le preguntó:
- - ¿Y qué te dice Dios?
- -
Que soy el mejor…y que tengo que hacer cosas en nombre de él.
Comentarios
Publicar un comentario