Historias de ángeles. .Parte II. -Amanda-
Historias de ángeles.
.Parte II.
-Amanda-
Santiago
de Chile. Comuna de La Florida.
Primavera. Año 2011 / 23:30 Hrs P.m.
.I.
Amanda nunca pudo determinar
que si lo que le pasaba era un don o una pesadilla. Desde pequeña fue especial.
Desde su nacimiento no lloro mucho. A las semanas demostró interés en su
alrededor manifestando curiosidad por lo que le rodeaba desde que despertaba
hasta entrada la noche. Era una niña tranquila, serena y bella.
Un
día, después de cumplir los doce años,
dormía en su pieza plácidamente. No obstante, todo hubiese sido una noche más
para ella y sus padres de no ser por una pesadilla que tuvo la pequeña que la
hizo correr desde su dormitorio sollozando y sin prisa hasta la alcoba de sus
padres.
Llegó hasta el lado de su padre, le
tomo y el brazo y le dijo:
-
Papá. No puedo dormir
-
¿Qué pasa hija?- dijo el
padre aún durmiendo-
-
No puedo dormir por que me
están molestando.
-
¿Quién té esta molestando
mi amor?
-
Las pesadillas.
-
Ven Amanda. Acuéstate con
nosotros. Pero solo por hoy. Mañana volverás a tu recamara.
-
Esta bien- dijo Amanda –
pero no quieres que te cuente la pesadilla.-
-
No mi amor cuéntamela al
desayuno.
-
Esta bien- dijo Amanda
abrazando fuertemente a su padre y tomando la mano de su madre. En la mañana ya
reunidos el padre, la madre y la pequeña, esta última insistía
en contar la pesadilla. A lo que su padre asintió y escuchó.
-
Cuéntame hija de que se trató esa pesadilla.
-
Muy bien... estaba yo en mi cama y mire hacía la
ventana que da hacia el árbol y de pronto la ventana se abrió y entró un niño
de mi edad y me dijo: “Amanda nosotros los fantasmas existimos. Pero nadie cree
en nosotros. No somos malos, no hacemos daño. Aunque hay algunos fantasmas que
no merecen mención por la maldad que transmiten y construyen. También existen
los ángeles. Yo soy tu ángel guardián. Me llamo Giovanni. De mí nunca temas por
que siempre te cuidaré”. El padre quedo atónito. La madre se atoró con unas
galletas que comía a esa hora. Ya un poco más compuesto el padre, que se
llamaba Antonio preguntó a su hija:
-
Amanda. Como sabes que era un ángel guardián.
-
Llevaba alas Papá.- señalo la niña segura de sí.-
-
Pero hija, tu sabes que esas cosas no existen.
-
Para ti no Papá, pero para mi sí por que las he
visto.
-
Mi amor, no voy a discutir esto contigo. Lo que sí
vamos a hacer es llevarte al Doctor.
-
Pero Papá... no estoy loca.
-
Lo sé hija, pero te llevaremos de todas maneras.
Amanda
a sus doce años se sometió a todos los exámenes conocidos por la medicina
clásica. Pasó por neurólogos, psicólogos y psiquiatras. Así estuvo hasta cuando
cumplió los quince años. Después de cumplir los quince algo paso con ella.
Comenzó a interesarse por la física, la biología, la astronomía y otras
ciencias. Y así poco a poco olvido sus “fantasías” como lo llamaban los
especialistas. Decidió rendir la PSU[1]
y optó por estudiar psicología en una universidad privada. Ella estaba feliz
cuando supo los resultados de la rendición de las pruebas. Enojados sus padres
le decían que estudiará en una universidad estatal a lo que ella respondía:
“Papá, Mamá. Da lo mismo donde estudie he conocido personas de universidades
estatales y privadas y no existen mayores diferencias. Somos todas personas al
fin. La mente y el cuerpo no cambian en una universidad u otra. Solo cambia el
prestigio y finalmente depende de ti como construyas tu futuro”. Con cierto
resquemor sus padres aceptaron su decisión. Y Amanda estudió psicología.
En la universidad conoció a amigos y amigas. Conoció a su novio
llamado Bruno. Se enamoró. Perdió su virginidad con él. Se juraron amor eterno.
Hasta que llegó el quinto año de la universidad. Se titulo con honores.
Encontró un buen trabajo. Se independizo. Obtuvo un auto y departamento junto a
su novio Bruno. Hasta que un día el sueño terminó. Bruno le fue infiel y Amanda
cayó en depresión.
-
Perdóname mi amor- le decía Bruno-
-
Déjame sola por favor- le decía Amanda con serenidad.
-
Es que no puedo dejarte aún te amo.
-
Yo también... pero necesito que te vayas. Por favor
déjame sola.
-
Sólo si me juras que no harás una locura-
-
Como matarme – interrumpió Amanda - jamás lo haría.
Amo demasiado la vida. Vete tranquilo.
Se fue
Bruno y Amanda lloró por largo rato. Se acostó en su cama. Rezó. Y llorando se
durmió. Soñó que reía, que volaba y volvió a su casa con sus padres. Soñó que
estaba en su cama. Que despertaba por que un niño con alas entraba en su
dormitorio y le hablaba. Era un ángel. Dialogó con el toda la noche. Hasta que
despertó. Abrió sus ojos y se encontró sola en su pieza. Vio su celular y tenía
treinta y ocho llamadas perdidas de Bruno. No hizo caso de aquello. Se levantó.
Se ducho. La vida continúa se dijo. Tomo desayuno. Camino por su departamento
hasta la puerta principal y escucho un susurro que le decía: ** Suerte niña
bonita**. Asustada volvió su cabeza hacía este buen deseo sin encontrar la localización
del sonido. Asintió como estudiante de la psiquis que se debía a su mal dormir.
Esto es una alucinación auditiva se dijo a sí misma. Y se debe a que dormí con
mucho dolor. No debe ser otra cosa.
Salió de su departamento. Cerró con llave. Se dirigió hacia el
estacionamiento. Subió a su auto y paró en portería para saludar al mayordomo.
-
Buenos días- le dijo-
-
Buenos días señorita- le dijo el portero-
Siguió
Amanda manejando y se le ocurrió mirar por el espejo retrovisor de su vehículo.
Casi queda sin aliento al observar que por el espejo logró mirar a un niño que
le decía adiós. Miro nuevamente y ya no estaba. Que día- dijo para sí-.
Llegó
a su trabajo aún consternada por la visión de aquel menor. Quien sería, se
preguntaba. Algún hijo de un vecino se respondía. No lo podía creer. Era
imposible. Ya que, en su departamento había solo tres niños. Dos de su vecina y
otro de la vecina del departamento quinientos seis. Pero los tres solo tenían
meses de vida.
En su
oficina revisó su teléfono y ya a esa hora había veintitrés llamadas perdidas
de Bruno. Se sentó y sonó el fono otra vez. No contestó. Pero el teléfono
insistía e insistía a lo que su secretaria la miro y le preguntó:
-
Va a contestar
-
No dijo Amanda.
-
Lo haré yo entonces- Su compañera hablaba mientras
Amanda hacia señas de que si era Bruno
le dijese que no estaba.
-
La dejo de inmediato con ella señor. – No es Bruno
dijo susurrando- gracias dijo Amanda
-
Buenos días, habla Amanda en que le puedo ser útil- señaló- Pero nadie
contestaba. Aló... Aló- insistía Amanda. Hasta que después de unos segundos se
escucho por el otro lado de la línea una voz suave pero estremecedora al mismo
tiempo: ** Parece que no te acuerdas de mí. No importa. Pronto te acordarás**.
Amanda cortó el teléfono lentamente y con un frío en
su espalda se levantó de su silla, fue hacía el baño de mujeres y gritó: ¡!!
QUE ME ESTA PASANDO!
Su compañera, Natalia, escuchó el grito y la fue a socorrer.
-
Amanda es mejor que vayas a tu departamento. Tu no
estas bien. Me imagino que algo pasó con Bruno por que te ha llamado desde muy
temprano.
-
Rompimos anoche. Me fue infiel.
-
Lo siento linda. Ya pasará el dolor.
-
No creo. Estoy muy triste. De verdad me siento muy
mal. Creo que me iré a casa.
Amanda tomo sus cosas, se excuso con su jefe y partió
a casa. En el camino escuchaba a un cantante de baladas acorde a su estado de ánimo.
No demoró mucho en su trayecto ya que a esa hora de la tarde no había muchos
automóviles en las calles. Llegó a la entrada de su departamento, siguió su
camino, estacionó su auto, le puso llaves y camino hacia el ascensor. Apretó el piso en donde vivía y escuchó
nuevamente un susurro que le decía al oído: ** Es una lastima que no te
acuerdes de mí**. Amanda solo cerró sus ojos y puso sus manos en su cara.
Ya en
el departamento una serie de imágenes vinieron a su mente. Desde pequeña que no
sentía todos los fenómenos que le ocurrían. Sabía que algo andaba mal. Pero al
mismo tiempo sabía que no estaba loca.
Se dirigió a su baño. Se despojo de sus ropas y tomo una larga ducha. Se
secó muy bien y después se arregló como para ir a una fiesta. Se perfumo y se
dirigió después al botiquín que se encontraba en su cocina. Eligió tres
pastillas, un antidepresivo, un antipsicótico y un inductor del sueño. Fue al
refrigerador y se sirvió un ron con una bebida cola. En su mano derecha tenía
las pastillas y en su mano izquierda el trago. Caminó por el departamento
rezando y pidiendo un buen viaje. Pidiendo que no muriese sólo que le indicaran
el camino. Llegó a su living y se recostó en su alfombra. Tomo el ron con la
bebida cola y tomo las tres pastillas.
Eran las dos y media de la tarde. La tarde de
primavera era hermosa y llena de colores. Corría un aire tibio. Algún que otro
pájaro cantaba. Afuera la vida seguía. A nadie le importaba si una vida se iba
o venía. En aquellos tiempos solo era válida la producción en masa y la
desindividualización del hombre y la mujer. Trabajar por trabajar. Ganar dinero
a cuesta de todo y pasando llevar a todos. El precio no importaba. Sí el auto y
la marca, la comuna en donde vivías y el dinero que recibías por tu profesión.
Después
de unos minutos Amanda yacía en el piso
de su departamento. Pero no estaba muerta. Eran alrededor de las seis de la
tarde. Tenía un poco de saliva en su boca. Al parecer, había tenido algunas
convulsiones. Sus ojos estaban semiabiertos. A su derecha el vaso vacío. En su
mano izquierda un crucifijo. No traía
zapatos.
De esa
manera la encontré.
.II.
La observe durante horas. Pero no se
movía. Odiaba que Thiperet me enviara a estos casos. Nunca sabía lo que podía
suceder. Pero lo que más odiaba era el hecho de no tener la certeza de que
podía ser útil a quien sufría.
Alrededor
de las once de la noche Amanda comenzó a
mover sus pies y brazos signos de un
eventual regreso al estado de vigilia. Así estuvo media hora hasta que abrió
sus ojos y dijo:
-
¿Eres un ángel?
-
No Amanda. Pero estoy muy cerca de serlo- respondí
generosamente.
-
¿Eres Giovanni entonces? ¿Mi ángel guardián que me
cuidaba desde pequeña?
-
No Amanda, no soy Giovanni. ¿Cómo te sientes?
-
Un poco confundida. Tengo mucha sed. Y tengo mucha
pena aún. ¿Qué hora es?
-
Son las once con treinta minutos.
-
¿Y que día es?
-
Creo que Lunes.
-
¿Eres una alucinación? – Preguntó con mucha
curiosidad.
-
No Amanda no
lo soy.
-
¿Y cómo podré
saber que no mientes?
Avance un poco más cerca de
Amanda y toque su cara y mentón tiernamente. Inmediatamente su cuerpo se
estremeció indicando que el contacto entre ella y yo distaba mucho de una
alucinación.
-
Las alucinaciones no se sienten con tanta nitidez
-
Te creo. Quiere decir que no he muerto.
-
Así es Amanda,
aún no estas muerta.
-
** PERO LO ESTARÄS**-
Desde hace meses que no
sentía tanto miedo. De hecho había olvidado esa palabra y esa sensación. Fue
una oración lapidaria la que se escucho en el living del departamento. ¿Pero
quién o qué era? Era imposible escuchar una voz sin un ente físico que lo emitiera. Un cuerpo
hace eso. Pero el aire, el viento, la nada no hace eso. No sabía que podía
pasar. No podía creer estar en un lugar y escuchar una voz sin remitente
alguno. ¿Me estaba volviendo loco?, ¿Estaba en alguna dimensión sin saberlo? O
tal vez, era el ángel el cual hablaba Amanda. Sin ningún tipo de vergüenza
pregunte al aire mirando hacia la ventana que daba al patio del departamento:
- ¿Eres Giovanni?
No
escuche ninguna respuesta a mi pregunta.
Mientras tanto, Amanda comenzaba
a reponerse de su viaje y yo la asistía
sosteniendo sus extremidades superiores. Aún no podía ponerse de pie ya que se
encontraba bajo los efectos de las pastillas. Manifestaba una conducta igual a
la de haber bebido una noche sin restricción alguna. Sin pensarlo jamás, de
pronto, frente a mi se escuchó una
carcajada perversa, diabólica, ronca, logré interpretar que era la de un hombre.
Fueron diez segundos de carcajada que para mí fue eterna. Cuando terminó
la maquiavélica manifestación cual sería mi sorpresa que ante mis ojos apareció
un hombre de no más de treinta y tres años, alto, delgado, con una barba
insípida, vestido con ropajes negros, ojos color negro, mirada y voz profunda.
Cuando apareció en su totalidad miro a Amanda
y a mí. Fijo su mirada en mis
ojos y preguntó:
-
¿Quién eres?
-
Soy Zephirot.
-
Mmm... he escuchado hablar de ti Zephirot. ¿Acaso no
eres tú aquel que salva a los que están en las puertas de la muerte.
-
Así es. ¿Pero quién eres tú?
-
Tengo muchos nombres Zephirot. ¿ Desde cuando que
existe alguien que este interesado por el alma de los otros?, ¿ Que ganas con
esto Zephirot?, ¿ Que acaso no sabes que la muerte también te alcanzará?. Pero
que distraído soy. Os pido mis disculpas formales. No recordaba que tú también recorriste
caminos sin conocer. Ahora que recuerdo tú fuiste quien saltó del piso número
veinte. Thiperet me habló de eso.
-
¿Conoces a Thiperet?
-
Más de lo que tú piensas.
-
¿Y podría saber con quien hablo en este momento?
-
Os pido disculpas otra vez: mi nombre es DAATH. Es
extraño que no recuerdes nada Zephirot. ¿ Podrías ser mi hermano sin recordar
nada del pasado?. Los nombres: Kether, Chokmah, Binah, Chesed, Gueburah,
Thiperet, Netzach, Hod, Iesod y Malkuth no te dicen algo?
-
No te estoy entendiendo Daath.
-
Me imagino Zephirot. Todo tiene su hora y su edad.
-
¿Quiero saber que haces aquí?
-
Para eso no es necesario saber mucho Zephirot. Vengo
para llevarme el alma de Amanda. El cuerpo no me interesa. Solo su alma. Te
puedes quedar con su cuerpo.
-
No dejaré que hagas eso.
-
Solo intenta detenerme Zephirot y ni mil
reencarnaciones harán que tus siete cuerpos vuelvan a reunirse jamás.
Me dirigí sin pensar donde
se encontraba Daath a toda velocidad y solo alcancé a escuchar una carcajada.
Lo último que vi fueron sus ojos negros resplandecientes. Desperté después de
unas horas. El reloj señalaba que eran las dos y treinta y cuatro de la mañana.
Dirigí mi mirada hacía
Amanda. Ella no se movía. Me acerqué aún más. Y me di cuenta que casi ya no
respiraba.
Estaba a punto de morir. Daath
había cumplido su palabra. Tenía que salvarla…
Continuará. ..
[1] Prueba de selección
universitaria. Prueba que da la
oportunidad de entrar a la Universidad. Privada o estatales.
Comentarios
Publicar un comentario