7 días – Tercera Parte.
Era el tercer día. Atrás dejaba mi casa. Hui hacia el monte. Justamente donde comenzó todo. Ahí quedaban posas de agua. Y cada ciertos metros se encontraban intactos arboles de frutas.
Decidí tomar
agua y comer muchas frutas. Pero tenía un problema; mi hijo no tenía nada que
comer. Tenía que buscar una farmacia o alguna tienda. Decidí nuevamente bajar. Pero
esta vez, baje por la loma izquierda. Como pude a mi hijo lo protegí con una
manta. Y su pequeña cara la tape con un pedazo de mi camisa. Yo tape mi boca y
nariz también con un pedazo de mi camisa.
Mientras bajaba
recordaba a mi esposa. Pero trataba de concentrarme en mi hijo. Yo, como padre
hubiese dado la vida por ella y mi hijo. Pero alguna deidad no me lo permitió
con ella. Sin embargo, aun quedaba nuestro retoño, nuestro amor. Una parte de
nosotros ya vivía en mi hijo. Nuestros corazones se sintetizaban en el de él;
nuestro hijo.
Camine por
casi tres horas. Pero traía conmigo frutas y agua. Eran aproximadamente las cuatro
de la tarde. Anochecía a las seis y treinta. Tenía poco tiempo. Desesperadamente
busque una farmacia pero no la encontraba. Hasta que la encontré pero estaba
totalmente destruida.
Camine una
hora más hasta que encontré una tienda. Estaba a casi siete horas de lo que algún
día fue mi casa. Ya no alcanzaba a subir la colina. Así que me dispuse
apresuradamente entrar a la tienda y pensar en encontrar un lugar para pasar la
noche.
En la tienda había
ya pocas cosas. Había sido saqueada pero lo más extraño es que aún no me encontraba
con nadie. Ni siquiera las siete horas que camine vi a alguien. Era muy
extraño. O estaban escondidos por miedo o de alguna manera habían corrido
despavoridos.
Hasta que encontré
lo que buscaba. En una despensa y casi destruida logre encontrar leche. Pero no
liquida sino que en polvo. Otro problema que tenía que resolver. Con mi hijo en
mis espaldas busque una fuente de agua. Y la encontré, pero en el baño. Porque de
las llaves del conducto normal no salía agua. Claramente no saque agua del wáter
sino que del estanque. Cogí una chaqueta que estaba en el suelo y use esto como
cedazo para filtrar cualquier mugre y evitar que mi hijo se enfermera. Rogaba que
no se enfermara.
Lo bueno era
que ni hijo no lloraba mucho. Era muy tranquilo. Con el agua filtrada combine
la leche en polvo, revolví y le di a mi hijo de una botella muy lentamente. Mi hijo
no lloro, no dijo nada, ni se quejó, solo bebió y bebió como si nunca hubiese
estado en contacto con agua o leche. Tenía mucha hambre.
Después de
comer, lo moví un poco, le hable, le prometí que saldríamos de esto y que sería
su ángel guardián hasta el final. Solo me miraba y con sus manitos tocaba su
carita. Me cerraba y abría sus ojitos como diciéndome; gracias papá.
Llego la
noche. Busque un lugar dentro de la tienda para poder dormir. No tenía idea de
que hora era. Hasta que sonó un reloj de pared que aun funcionaba. Indicaba que
eran las nueve de la noche.
Acomode en el
suelo mucha ropa que era la que se vendía en la tienda hasta que logre hacer
una especie de colchón. Cogí un hilo de pescar de nylon de la sección de pesca y en un radio de quince metros di toda la
vuelta donde había construido mi improvisado hogar.
Volví donde
estaba mi hijo. Me acomode, lo acomode, me cerciore que estuviera durmiendo, vi
la hora, el reloj marcaba las once de la noche y cincuenta y siete minutos, y me dormí.
Soñé que todo
estaba bien, que éramos felices, nada había ocurrido, estaba todo en orden, soñé
con mi esposa y dijo mi nombre tres veces y se alejó repentinamente. Y desperté.
Inmediatamente escuche ruidos muy extraños. Mire el reloj y eran las tres con
treinta y tres minutos de la madrugada.
Cogí a mi
hijo. Lo puse atrás de mí en una especie de mochila improvisada que había construido.
Los ruidos no cesaban. Me acerque a la entrada de la tienda y logre escuchar
con mayor nitidez. Eran como animales quejándose del dolor. Pensé que eran
perros o gatos que habían sido violentados. Vi muchas luces salir del cielo. Las luces eran
de color blanco y celeste. Que iban y venían. Que aparecían y desaparecían.
Salí a la
calle. Y la escena era completamente
sacada de una película de ciencia ficción. Y no eran perro ni gatos los que se
quejaban del dolor. Eran seres humanos. Nunca había estado solo. Estaban escondidos
como yo. Pero algo o alguien los había encontrado. Y el sonido de sufrimiento
no era de animales.
El sonido de sufrimiento
era de seres humanos. Porque el cielo se
los estaba llevando. No supe que hacer. No sabía qué hacer. Solo atine a
sentarme y ver durante más de tres horas como intermitentemente las luces salían
de cielo y se apagaban. Solo pude observar y escuchar como entre luces, gritos
y llamados de auxilio desgarradores se oía también el susurro de oraciones
religiosas.
Y mientras se prendían
y apagaban alguien dejaba la Tierra.
Solo abrace a
mi hijo aun con más fuerzas.
No dejaría que
esas luces se lo llevaran.
Continuara………………………….
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