Siniestro - El lado oscuro de la mente- Parte III - Esquizo


Desde pequeño sufrí convulsiones. Recuerdo haber tenido once años. Siempre me ocurría de noche. Antes de dormir. Rara vez me sucedía de día.
Comenzaban los ataques con una leve descarga eléctrica en mi espalda que se expandía hacia debajo de mi cuerpo y posteriormente hacia arriba. Era una especie de terremoto, pero solo en mi cuerpo y alma.
Después de eso mis oídos se cerraban y mi visión se nublaba. Mi cuerpo temblaba y escuchaba y veía cosas muy raras. Pero era cotidiano que siempre aparecía la misma voz y el mismo hombre al frente de mí.
Una voz muy gastada, lenta y profunda decía: “…Libérate, la liberación está más allá de lo evidente. Búscala. O vendremos por ti…” Después de eso, mi cuerpo quedaba agotado y tirado en el suelo.
 Inmediatamente sentía pasos y poco a poco se acercaba algo o alguien cuya cara nunca pude descifrar. Pero era oscuro, sombrío, famélico, y cuando estaba ya a mi lado se acercaba lentamente y desaparecía. Mientras ocurría esto mi madre fiel acompañante de mi enfermedad siempre estaba a mi lado. No obstante, nunca la veía.
Mi padre me había abandonado a la edad de cinco años no siendo reconocido por él. Mi madre se hizo cargo de mí. Y adopte ambos apellidos. Fui a muchos psicólogos y psiquiatras y al principio funciono tanto la terapia como las pastillas. Pero solo fueron meses los que pude vivir en paz. Ya que, nuevamente apareció el hombre oscuro, sombrío y famélico.
Los doctores acuñaron a mi sufrimiento con un nombre que aun no entiendo. Le llamaban esquizofrenia. Según ellos, sufría o padecía de un trastorno en donde mi mente se partía en dos: una porción que se relaciona con la realidad y otra que interactúa, en mayor o menor grado, con un mundo imaginario.
Por tanto, estaba enfermo de “imaginación”. De esa forma entendía lo que me pasaba. De no ser por las voces y el hombre sombrío, oscuro y famélico, no hubiese sufrido tanto. Alguna vez me tacharon de loco. Lo triste era que yo sabía lo que me pasaba y al parecer darse cuenta de lo que te pasa dista mucho de la locura profunda. Por tanto, era muy extraño mi caso.
Creía mucho en dios. No era fanático, pero siempre pensé en que un ser superior algo tuvo que ver con la existencia de la raza humana. Cuando sufría de los ataques rezaba. No obstante, nunca me acompaño un enviado de dios como ángel u otro fenómeno, sino que aparecía este ser sombrío y ajeno a mi persona.
Hubiese deseado la compañía de un ángel. Creo que así le llamaban. Un ángel. Algo había leído. Un ángel se suponía que te defendía, cuidaba, apoyaba y hasta de daba consejos. Siempre espere con ansias encontrarme con uno de ellos. Aun no pasaba. Esperaba el milagro.
Todos los días eran iguales. Mi dormitorio era de cuatro metros por cuatro. Era de color blanco. Una luz al medio. Una puerta de color gris. Mi ropa: siempre blanca. Comía muy temprano, almorzaba muy temprano y cenaba muy temprano. Todo era temprano. No sabía que día ni hora ni semana ni año era. Todos los días recibía tres pastillas; una azul, una roja, y una blanca. La azul y la blanca hacia que me la tomaba. Pero la mantenía en la boca y después la botaba en mi brazo. Siempre me tome la roja. La pastilla roja.
Como todos los días cene. Di las gracias. Mi compañero de blanco un tipo de dos metros me acompañaba hasta mi dormitorio. Me daba las buenas noches y se retiraba. Me acostaba. Me acomodaba y lentamente perdía la conciencia. Cuando casi alcanzaba a cerrar definitivamente mis ojos algo ocurrió. Un chillido se hizo presente que solo mis oídos me recordaban que podía oír. Fue un ruido extraño. Yo pensaba que era la gran entrada de un ángel o del hombre famélico al cual le temía. Fue tan fuerte el ruido que me pare de mi cama. Y las luces se apagaron. Se prendieron las de emergencia.
Me acerque a la puerta. A la puerta de mi dormitorio. A la única puerta que existía en mi dormitorio más una ventana que no podía alcanzar, pero por donde entraba luz.
Como por acto de magia, desde la ventana se oyó una voz muy gastada, lenta y profunda que decía: “…Libérate, la liberación está más allá de lo evidente. Búscala. O vendremos por ti…”
Después de escuchar eso, por primera vez no me asuste. Mire hacia la ventana y el milagro había ocurrido. Una especie de hombre con enromes alas me indicaba que la puerta era la salida a mis sufrimientos. Asome mi cabeza por la puerta y nadie estaba. Estaba todo vacío. Pensé que soñaba. Pellizque mi brazo muy fuerte y me dolió. Y si dolía era porque no soñaba.
Al parecer, todo el mundo había escapado. Al parecer, era uno de los pocos que estaban ahí.
Seguí caminando hacia la salida. Vi en el suelo muchos guardias. Algunos sin sus cuerpos completos. Alrededor de dos daban sus últimos alientos. Solo me acerque a uno. Ese guardia trataba de hablar, pero la sangre en su cara no le permitía emitir alguna palabra clara y concisa.
Lentamente me acerque a su rostro mientras seguía escuchando explosiones, balazos y gritos. Ya casi al lado de su boca solo una palabra alcance a entender. El guardia decía:
- Libérate, la liberación está más allá de lo evidente. Búscala. O vendremos por ti…
- ¿Cómo me puedo librar? – le comenté muy lentamente-
-  Camina. Solo camina y deja que el ángel te guie.
- Esta bien. – agregue-
-       ….
Y lentamente pude observar como sus pupilas se dilataban y su cuerpo perdía la fuerza, la motivación y la energía. Al final, reí. Pero no de maldad. Sino que de alegría. Ya que, jamás me ha gustado ver a alguien sufrir.
Continúe por las paredes de ese lugar. Llegue hasta el final de un pasillo. En una de las paredes decía hospital Alma Libre. Las enfermeras de la recepción no estaban con vida. Me imagine que eso había sido obra de los Gemelos. Jamás vi en ellos un gesto de arrepentimiento ni alegría, ni tristeza. Me daba la impresión de que esos gemelos mataban porque jamás habían aprendido nada más que eso.
A lo lejos se veían. Así era mejor.
Salgo del hospital y camino sin mirar atrás. Creo haber caminado por media hora. El sol ya casi salía. Tenía hambre. Pero mucha hambre y no era de comida.
La psicóloga y la psiquiatra de la institución nunca lograron determinar porque escuchaba y veía cosas y sentía tanto miedo.
Mientras caminaba pude ver en una esquina a mi ángel guardián. Con sus alas me señalo donde debía ir.
Senti un calor en mi pecho y manos. Hace años que no sentía eso. Creo que eso se llama amor. Yo sentía amor. Siempre sentí amor. Sino que yo entregaba el amor de otra forma. A mi manera. Como nadie me había entendido termine en el hospital. Pero ahí fue peor. Mucho peor. Porque mis alucinaciones al pasar de los meses en vez de disminuir subían.
Nunca le tuve fe a los hospitales. Al contrario, siempre pensé que era el lugar ideal para pulir aún más las técnicas no solo de mí sino de todos lo que la habitaban. Pese al tiempo que estuve ahí nunca dejé de oír y ver cosas.
Mientras seguía caminando y notaba que la policía, ambulancias y bomberos pasaban cerca de mí de la nada entre en pánico. Sentí un frio escalofriante en mi espalda. Y como no. El hombre famélico estaba a metros de mí. Alzo su brazo y me apunto con el dedo. Yo estaba en shock. Solo me agache y no deje de mirarlo jamás. No decía nada. No se movia. Hasta que le grite con todas mis fuerzas:
-       Que quieres de miiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
-       Solo rio.
-       A ti te hablo insistí. Que quieres de miiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii.
De la nada se puso a mi lado. Muy cerca. Se acercó más y escuche su voz en mi oído. Dijo algo como:
-       Tu alma. Solo quiero tu alma.
Mágicamente apareció de nuevo mi ángel guardián. El ángel al ver lo que pasaba se abalanzó sobre el hombre famélico y entablaron una pelea épica. Yo solo corrí. Sin mirar atrás. Lo último que alcance a ver fue a mi ángel guardián que lo estaba derrotando.
Y me perdí. En las sombras. En la oscuridad. En lo inexplicable.
Después de minutos unas plumas llevaba conmigo. Seguí caminando. Mi tranquilidad hubiese sido placentera de no ser por un policía que me disparo en la pierna y logro atravesarla. Odiaba las armas.   
Sangre mucho. No había nada cerca. El policía corría muy cerca de mí. No había nada abierto. Excepto una gasolinera.
Ya eran las 06.02. Comenzaba a amanecer. Había perdido al policía.  En caja de la gasolinera pedí una hamburguesa y una bebida. Comí. Comenzaba a darme sueño. Intentaba recordar detalles de la explosión.  Me dirigí al baño. Lave mis manos, brazos y cara.
Fui al baño. Quería ver si mi rostro. Los cabellos seguían conmigo. De pronto, un celular que estaba en mi bolsillo derecho comenzar a sonar. Lo miro y decía número desconocido. No conteste. Mi madre siempre me enseñó a no contestar números telefónicos de personas desconocidas. Comencé a sentirme un poco mareado, me tiritaban las piernas, sentí que se me nublaba la vista.
Como no veía correctamente saque el celular. Si yo no podía ver algún rasgo de heridas o sangre en mi rostro el celular lo haría por mí. Lo coloqué en modo fotos y cuando el espejo estaba frente a mí apreté el botón. La fotografía salió. No obstante, mi sorpresa fue que la imagen no me pertenecía. Quien salió en la foto no era yo. Revise rápidamente el resto de fotos del celular y no habían más. Solo existía una sola foto y era justamente la que había sacado hace algunos segundos. Comencé a asustarme y más aún cuando otro cliente de la gasolinera me dice:

-          Buenas noches.

-          Buenas noches le conteste.

Sin embargo, el cliente comenzó a gritar de tal forma que asustó al resto de clientes que estaban al otro lado del baño. Le pedí que hiciera silencio. Y le pregunté por qué gritaba. Lo único que hizo fue señalar mi rostro con su dedo. El alma me volvió al cuerpo. El ángel de la guarda estaba a mi izquierda. El hombre famélico a mi derecha.
Ya podía ver mucho mejor. No sudaba. Había pasado el mareo. Mis piernas no tiritaban. Fui al espejo. Y vi mi cara. Era la misma imagen de la fotografía. Fue ahí que comprendí que la foto era yo y que yo era la foto.











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