Cartas a Dios: VIII - ¿Tercera Guerra Mundial?

 



Dios:

¿Cómo, oh señor del infinito, has permitido que la humanidad sucumba al llamado de su propia locura, arrastrándose hacia la autodestrucción con la misma ciega certeza de un insecto que se dirige a su perdición, sin sospechar las catástrofes que acechan en las sombras del destino?

El fin del mundo, tan temido, tan predicho, ahora parece no ser una abstracción filosófica ni una mera concepción apocalíptica, sino una inminente realidad, tejida con los hilos de la desolación, la codicia y la irracionalidad.

La tercera guerra mundial, esa monstruosidad que se cierne sobre las naciones como una entidad maligna, se despliega ante nuestros ojos como una grotesca sátira de la razón humana.

Los hombres, en su infinita estupidez, siguen el camino de sus propios horrores, despojándose de todo vestigio de humanidad, arrojando sobre si mismos los horrores de la aniquilación.

¿Cómo puede ser que criaturas tan pequeñas, tan efímeras, tan insignificantes en el vasto esquema cósmico, se embriaguen con el veneno de la autodestrucción mutua? ¿Qué abismo de desdicha y desconcierto ha sumido a estas mentes que alguna vez poseyeron algo de razón?

Los hombres, oh dios, parecen haber olvidado que son solo fugaces sombras, que sus disputas son solo ecos en la insondable eternidad del espacio. Y sin embargo, con la torpeza de un ser condenado, se empeñan en destruir todo lo que han construido, arrastrando consigo la posibilidad de todo progreso, de toda belleza, de todo resquicio de sentido. ¿Acaso no te duele, oh Dios, ver como aquellos a quienes diste conciencia y razón, desprecian la paz y la compasión, sedientos únicamente de poder y control, como bestias desquiciadas que arrastran a todos al mismo pozo?

Los hombres, el ser humano, parecen haber olvidado su lugar en la vasta maquinaria cósmica, como si el universo mismo, en su infinita magnanimidad, no fuera más que un escenario para sus nefastas pasiones. Tal es la ceguera con la que se embarcan en esta guerra, que como una enfermedad  degenerativa, terminará por consumirlo no solo sus cuerpos, sino tambien sus almas, esas mismas almas que se habían preciado de ser capaces de razonar, de entender los misterios del universo, pero que ahora parecen perderse en los laberintos de su propia irrelevancia.

Debido a estos vientos de guerra: ¿será que para ti somos una ilusión pasajera, seres destinados a ser consumidos por la misma locura que nos define?

 

Te ruego, Oh mi señor, por la misericordia de los cielos y los infiernos, que detengas este torrente de locura. Haz que los hombres despierten del ensueño de su propia destrucción, o permite que se desmoronen, despojados de su ínfima soberbia, ante la vastedad insondable de la verdad universal. Para que, al menos en su caída, comprendan lo que nunca comprendieron en su ascenso: que nunca fueron dueños de nada, que la verdadera grandeza se encuentra en el silencio y la quietud de los abismos, lejos de los ruidos vanos de la guerra.

En tu inmensa misericordia, concede paz a las almas que, aun a su pesar, se han visto arrastradas por este torbellino de locura, y concede la quietud del cosmos a aquellos que aun, aunque pocos, puedan ver más allá de la niebla de la destrucción que ha cubierto la Tierra.

Siempre pensando en ti.

 

Rodrigo


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