Historias de Terror - La oficina

 



Había algo en esa oficina que nunca se sentía del todo bien. Era un edificio moderno, con grandes ventanales y un diseño minimalista, pero había una frialdad en el aire, como si algo se resistiera a los cambios. Carolina lo notó desde el primer día. Las luces del techo parpadeaban sin razón aparente, siempre cerca de su cubículo. No le dio mucha importancia al principio, pensando que sería algún fallo en la instalación eléctrica. Pero había más. El aire siempre parecía más pesado, especialmente por las noches cuando todos se iban y ella se quedaba terminando los informes.

A las nueve de la noche, Carolina estaba casi sola. Había dos o tres empleados más en otros pisos, pero el silencio era abrumador. Las luces parpadearon otra vez, esta vez acompañadas por un leve zumbido que venía de la lámpara justo encima de su escritorio. Ella soltó un suspiro frustrado y miró alrededor. "Malditas luces", murmuró para sí misma, frotándose los ojos cansados. Se levantó para ir a la máquina de café, el único refugio en ese mar de papeles y pantallas brillantes. Pero mientras caminaba hacia la cocina, sintió algo extraño: una presencia detrás de ella. Se detuvo en seco, el vello de la nuca erizado. Miró de reojo, pero no vio a nadie.

Se encontró sola en la cocina, rodeada de máquinas y estantes vacíos. Volvió a su cubículo con una taza caliente, convencida de que todo era fruto del cansancio. Sin embargo, al regresar, algo llamó su atención. Había una sombra en el suelo, justo al lado de su escritorio. Era una figura humana, pero no había nadie a la vista.

Carolina se quedó helada, incapaz de moverse por un momento. Finalmente, decidió acercarse. El corazón le latía en los oídos. Con cada paso, la sombra parecía desvanecerse, hasta que, justo antes de llegar al cubículo, desapareció por completo. Sacudió la cabeza, pensando que probablemente su mente le estaba jugando una mala pasada. "Debo estar agotada", pensó, y se sentó a trabajar de nuevo, aunque no pudo evitar echar una última mirada a la esquina vacía donde la sombra había estado.

Con los días, las experiencias extrañas empezaron a multiplicarse. Carolina encontraba su silla movida de lugar cada mañana, y papeles que había dejado organizados aparecían revueltos sin razón aparente. Al principio, pensó que quizás algún compañero estaba bromeando con ella, pero pronto descartó esa idea. Nadie en la oficina parecía ser del tipo que hace bromas, y más de una vez había encontrado cosas fuera de lugar cuando era la última en irse.

 

Una tarde, mientras intentaba concentrarse en un informe importante, escuchó un leve susurro en su oído. No eran palabras claras, sino un murmullo incesante que la hizo voltear bruscamente. No había nadie. Aterrada, se levantó y caminó por la oficina, tratando de encontrar alguna explicación. Mientras pasaba junto a una pizarra blanca en una sala de reuniones cercana, algo la detuvo. Allí, escrito con marcador rojo, había una palabra: "Ayúdame".

No recordaba haberla visto antes. Alguien debía haberlo escrito, pero lo extraño era que nadie más había usado esa sala en semanas. El sentimiento de opresión en el pecho de Carolina crecía con cada minuto que pasaba en la oficina.

Carolina no pudo dormir esa noche. Soñó con sombras que se arrastraban por las paredes, con manos frías que la tocaban mientras intentaba escapar de un lugar oscuro. Al despertar, supo que algo en la oficina no estaba bien. Llevaba semanas sintiendo esa presencia, y aunque había intentado ignorarla, ya no podía.

Al día siguiente, decidió contarle a su compañera de equipo, Marta. La encontró en la cocina preparando un té. "Marta, ¿tú has notado algo raro en la oficina últimamente?" Marta la miró sorprendida. "¿Raro? ¿Cómo qué?" Carolina vaciló. No quería sonar loca, pero no podía callárselo más. "Las luces... sombras que no deberían estar allí... cosas que se mueven solas". Marta sonrió, aunque su sonrisa no llegó a sus ojos. "Ah, eso. Sí, he escuchado historias. Dicen que hace años, cuando estaban construyendo este edificio, un trabajador murió en un accidente. Nunca encontraron su cuerpo. Se cayó desde el décimo piso, pero cuando buscaron en el lugar donde debería haber aterrizado... no estaba. Desde entonces, algunos dicen que lo han visto."

Carolina sintió un escalofrío recorrerle la espalda. "¿Lo han visto? ¿Dónde?" Marta bajó la voz, como si estuviera compartiendo un secreto prohibido. "Dicen que en el cuarto piso, cerca de los cubículos donde trabajas. No siempre es visible, pero cuando las luces parpadean o escuchas un susurro, probablemente esté cerca."

La revelación de Marta perturbó profundamente a Carolina, pero también despertó su curiosidad. Esa misma tarde, decidió investigar más. Buscó en los archivos de la empresa, pero no encontró nada sobre accidentes laborales recientes. Sin embargo, entre papeles antiguos y memorias olvidadas, encontró una noticia de hace una década: "Trabajador Desaparece Durante Construcción de Nuevo Edificio. Cuerpo Nunca Encontrado."

El hombre se llamaba Jaime Delgado, un joven de 28 años que había trabajado como albañil. Las circunstancias de su desaparición eran misteriosas. Se hablaba de una caída, pero también había rumores de disputas internas en la obra. Carolina sintió un nudo en el estómago. ¿Podría ser posible que el espíritu de Jaime estuviera atrapado en ese edificio, incapaz de encontrar paz?

La semana siguiente fue peor. Las sombras aparecían con más frecuencia, y las voces se volvían cada vez más claras. Carolina podía distinguir fragmentos de palabras: "Ayuda... atrapado... frío..." Todo parecía girar en torno a su cubículo. Una tarde, cuando decidió salir a fumar un cigarro para despejar su mente, la puerta del baño se cerró de golpe tras ella.

Corrió hacia la puerta, intentando abrirla, pero el pestillo no cedía. Golpeó la madera, llamando a gritos por ayuda, pero no había nadie cerca. El ambiente se volvió helado, y a través del espejo empañado, vio una figura oscura, alta y delgada, parada detrás de ella.

Esa noche, Carolina no pudo más. Cuando llegó a casa, encendió su computadora y redactó su renuncia. Había pasado semanas atormentada por algo que no podía explicar, y la sensación de peligro inminente era cada vez más insoportable.

Pero antes de enviar el correo, sintió una ráfaga de aire frío detrás de ella. Giró lentamente en su silla, y allí estaba: la sombra. Esta vez no desapareció, sino que se acercó, deslizándose hacia ella con una lentitud aterradora. Un susurro llenó la habitación: "Estás en mi lugar."

Nadie en la oficina volvió a ver a Carolina. Cuando sus compañeros fueron a buscarla tras varios días de ausencia, encontraron su cubículo vacío, salvo por un informe final en su escritorio. No había explicación, solo un simple mensaje escrito a mano en la última página: “Él sigue aquí"




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