Historias de Terror: Oswald




Estaba nervioso. Mi corazón latía con la fuerza de mil tambores. Cada latido resonaba en mi pecho, dirigía  una sinfonía de ansiedad que me consumía mientras me preparaba para enfrentar uno de mis mayores desafíos en la vida: decir lo que pensaba y pensar lo que decía.

Mis pensamientos eran como mariposas atrapadas en una tormenta, y sentía que estaba entre la confianza y el miedo. Había practicado lo que tenía que decir una y otra vez, había pulido cada palabra hasta que brillara con un resplandor casi doloroso. Sin embargo, la sombra del escenario me acechaba, mis dudas bailaban en el borde de mi mente, amenazando con derribar todo lo que había  construido.

Mientras me enfrentaba al espejo, mi reflejo me devolvía una imagen de nerviosismo y determinación entrelazados. Mis manos temblaban  ligeramente, mis labios estaban secos, pero mis ojos brillaban con una chispa de esperanza. Tenía que superar  este desafío. Tenía que encontrar el coraje para enfrentarme a la multitud y dejar que mi voz fuese escuchada.

Ese dia estaba acompañado de mis mejores amigos. Pero no sabía cómo decirles y convencerlos que mi idea era adecuada. Que era genial. No quería que la entendieran como una ley. O un compendio de normas. Deseaba aportar a mi generación un descubrimiento grandioso y sublime. El hombre es un creador por naturaleza. Pero también destruye. Y lo hace por ignorancia. La ignorancia lleva al hombre a matar. Y en ese matar, se mata la naturaleza del hombre y de la mujer y de su propia existencia.

Mi idea lograría que nos dejáramos de matar. Mi idea permitiría que todos pudiésemos convivir en paz.

Durante años, había buscado incansablemente en antiguos manuscritos y registros históricos algo que pudiera cambiar la comprensión de la humanidad sobre su propio pasado, su presente y su futuro.

La biblioteca había pasado a ser mi segundo hogar. Descubrí  manuscritos antiguos y polvorientos que parecían contener información invaluable. Después de horas de meticuloso estudio, descifré que el manuscrito revelaba el secreto más grande de la historia de la humanidad.

Este secreto no estaba relacionado con tesoros ocultos o conspiraciones políticas, sino que revelaba la verdad detrás de un evento que cambiaría el curso de la civilización tal como se conoce. Este evento, según el manuscrito, fue una antigua alianza entre civilizaciones perdidas y seres no humanos que había sido ocultada deliberadamente por poderosos líderes a lo largo de los siglos. Y yo, tenía el nombre de esa civilización perdida y de los seres no humanos.

Siempre emocionado con este descubrimiento jamás conté a nadie mis descubrimientos. Hoy era el dia que la humanidad sabría toda la verdad. Estaba consciente que podría perder la vida. Pero de ser así perdería mi vida buscando la verdad. Y dejaríamos de vivir entre sombras, mentiras y engaños.

Fue ayer y tan solo ayer que de no ser por Sir Thomas no me habría dado cuenta que en mi escritorio reposaban unas cincuenta cartas de una organización que requería de mi presencia y que habían estado hace más de un mes intentando comunicarse conmigo. Pero, obviamente jamás conteste a sus llamados. Ya que sentía que la muerte acechaba.

No tan solo estuve en mi escritorio sino que viaje por el mundo en busca de respuestas, enfrentando pequeños peligros y alguna que traición extraña transformada en pequeños accidentes.

El secreto que reposaba en mis documentos no solo sacudiría los cimientos de la historia conocida, sino que también inspiraría a las personas a cuestionar las narrativas establecidas y a buscar la verdad por sí mismos.

Esperaba en una sala. Sólo. Mi cigarro a través de su ondulante manera de expresar a través del humo me hacía guardia. Hace meses que no bebía. Y me gustaba la bebida. Pero había dejado el alcohol para sacar adelante mi proyecto.

Afuera llovía. Unos diez grados de frío se sentían.  Escuchaba en los pasillos del edificio murmullos. De pronto, note que alguien se acercaba. Era Sir Thomas.

-         ¿Cómo estas Oswald?-  señalo con tranquilidad.

-         Bien... con un poco de sed.- conteste a secas.

-         ¿Quieres whisky?

-         Esta bien... pero solo un poco. ¿Sir Thomas?

-         Dígame Oswald.

-         ¿Crees que resulte?

-          Sí. Tengo fe en usted y en sus palabras.

-         Gracias Sir Thomas. Sus palabras son un jarabe de paz para mi angustiante espera. ¿Está la sala colmada de personas?

-         No cabe ninguna alma más.

-         Tenemos que partir Oswald. ¿Vamos?

-         Vamos Sir Thomas. El momento ha llegado.

Mi siempre fiel amigo tomo mis instrumentos. Mis papeles y los accesorios necesarios para la exposición. Con cada paso que daba hacia el escenario, sentía como si estuviera caminando sobre brasas ardientes. Cada mirada que sentía me atravesaba  como un rayo, cada murmullo parecía ser un juicio silencioso. Sin embargo, en el centro de este torbellino de emociones, encontré  un ancla de calma: mi propósito.

El propósito de la existencia es fundamental porque proporciona dirección, significado y motivación a nuestras vidas. Sin un propósito claro, podemos sentirnos perdidos, vacíos o sin rumbo. Tenía que entretejer con mis palabras un sentido, motivación, pasión, equilibrio emocional  y fundamentalmente generar conexión con los demás. La última idea era esencial.

Cuando sabemos por qué estamos aquí y qué queremos lograr, somos más capaces de enfrentar las dificultades con determinación y resiliencia.

El propósito de la existencia es importante porque nos ayuda a dar sentido a nuestras vidas, nos motiva a vivir de manera auténtica y nos permite alcanzar nuestro máximo potencial. Es un faro que ilumina nuestro camino en la oscuridad y nos guía hacia una vida de significado y realización.

Seguíamos caminando por el pasillo que daba a la sala de conferencias. Lograba sentir la curiosidad de los presentes en el aire.  Mi angustia era evidente. Me sentía con miedo, abrumado, sentí mis palpitaciones más rápidas y fuertes, empecé a respirar con dificultad, sentía un poco de asfixia, comencé a sudar excesivamente, sentía que perdía  el control.

Antes de entrar a la sala de conferencias Sir Thomas tomo mi hombro dándose cuenta de mi estado y dijo:

-         Dios le acompañará esta noche.

-         Espero que así sea mi fiel amigo – aunque para ser honesto siempre me costó y aun me cuesta creer en alguna deidad. Y, después de todo de eso hablaría también en mi exposición -

Entré y el estruendo de la multitud se hizo notar. Saludé. Tomé mis documentos. Tome mis instrumentos. Espere que terminaran los aplausos y comencé a exponer mis ideales.

Ya no había camino de retorno...una nueva era comenzaría…



  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



 



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