Nadie puede ser tan imbécil todo el día - Parte I -




Día 29 – Cuarentena por coronavirus.

Reflexiono que hace ocho años atrás aproximadamente:
Las personas dejaron de ir a la universidad. Fueron momentos difíciles. Todos querían ser famosos. Ya nadie quería estudiar. Ya nadie quería leer. Ya nadie quería investigar.
Nadie estaba dispuesto a pasar más de cinco años estudiando. Todos querían ser famosos. De manera mágica. Todos querían estar en televisión de un momento a otro. Todos querían improvisar. Todos querían ser millonarios. Todos querían trabajar poco y ganar mucho.
            Y lo fueron, nacieron gurús digitales, filósofos, intelectuales y metafísicos en torno a zapatos, trajes de baño, discos musicales, grandes pensadores en torno a juegos de computadoras, dioses vía internet que podían reconocer, conocer y leer el futuro, genios en política y una infinidad de nuevos maestros que asustaban por que no se si habría tanto cielo para tanta sabiduría.
Y estaba el imbécil.  Ese que pidió documentos a sus mejores amigos para inventarse un curriculum ficticio, ese que se inventó capacitaciones para demostrar su sapiencia, ese que hablo con un amigo programador de computadoras y modifico perfiles en redes sociales solo mintiendo y apoyo al imbécil de manera beneficiosa, que mintió siempre su edad verdadera para pagar menos en la fila, que siempre piensa que tiene la razón – psicosis-, que sufre de no tener empatía y que roba sin querer queriendo.
El imbécil y sus secuaces son los que adquirieron la gran responsabilidad de dirigir al país desde sus dimensione económica, filosófica, social y política.
Es extraño porque el imbécil solo sabe robar entonces: ¿cómo iba a pensar para dirigir económicamente una nación? Ya que, para mantener la economía de un país se necesita un factor preponderante: la fluidez del mercado. Si robas estancas la fluidez del mercado.
Es extraño porque el imbécil no sabe lo que significa amor al conocimiento entonces: ¿Cómo iba a inspirar a un pueblo?
Es extraño por que el imbécil no concibe la palabra empatía entonces: ¿Cómo iba a generar y construir lazos culturales entre todos los seres humanos de la nación?
Es extraño por que el imbécil no sabe que las ciencias sociales se ocupan de la actividad en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por personas libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva entonces: ¿Cómo iba a propugnar política?
El imbécil no tiene pasado, ni presente ni futuro. Sufre de onanismo. Se masturba con una sola idea que suele ser solo la imagen de sí mismo frente al espejo.
En ese espejo no cabe nadie más que la figura y la sombra del propio imbécil.
No obstante, el imbécil existe. Y no está solo. Hay más imbéciles a su alrededor.
El ser imbécil es como un virus. Es altamente contagioso. Muta de un ser humano a otro. Generando más imbecilidad mientas muta.
En ocasiones alcanza un grado tan alto de imbecilidad que es imposible transformar la cualidad de la imbecilidad en aspectos cuantificables. Y eso que los números son infinitos.
Pero, tal vez lo más preocupante no es el imbécil. Ni los imbéciles.
Tal vez, lo más preocupante es el jefe.
El jefe de los imbéciles.








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