El imbécil - Parte I -
El enfermo tenía un gran amigo; El imbécil. Aunque el enfermo no era tan amigo como el imbécil del enfermo. ¿Cuál es la única obligación que tenemos en esta vida? No ser imbéciles. El imbécil puede ser todo lo ágil que se quiera y dar brincos como una gacela, no se trata de eso. Si el imbécil cojea no es de los pies, sino del ánimo: es su espíritu debilucho y cojitranco, aunque su cuerpo pegue unas volteretas de órdago. [1] El imbécil desde pequeño tuvo problemas en el desarrollo insuficiente de su autonomía. El imbécil había desarrollado una necesidad patológica del reconocimiento ajeno. Cada cinco minutos el imbécil preguntaba a quien estaba presente si sus pensamientos o divagaciones eran las correctas o no. Lo peor del caso es que el imbécil a pesar de estar equivocado en su entretejido ideático trataba de convencer a quien le escuchaba de que estaba en lo cierto. El imbécil, en este sentido se hizo experto en manipular me