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Cuentos cortos de terror - II- Sed.

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Martes 7 de enero de 2020. 03.33 Hrs.             Obviamente odio que me de sed de noche. Y despierto a la misma hora siempre. Con la garganta apretada. Con mucha sed. Como si hubiera corrido una maratón. La cocina queda en el primer piso. Yo duermo en el segundo. Antes de bajar por un vaso de agua reflexiono como cinco minutos. Me decido a bajar. Bajo las escaleras lentamente para no caer. La luz se ha ido. Tomo el vaso y lo lleno de agua. Me lo llevo a la boca. Disfruto como se apaga la sed. Pero,  algo se quema en mi, y siento  como mil fuegos ascienden por mis pies y terminan en mi cabeza.  Siento como el agua sale rápidamente por mi garganta, mi estómago, mis manos, mis pies, y siento unas inmensas ganas de dormir. Miro el color del agua que me sale del cuerpo. Su color ha cambiado. No es transparente. Es de color rojo.            

El agradecimiento

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El Agradecimiento.        Pensaba el otro día y quería determinar cual es la mejor muestra de agradecimiento de una persona a otra. Algunos piensan que puede ser un regalo, una invitación a comer,  billetes, un bien material. Pero, se ha olvidado lo esencial. La esencia del agradecimiento. Agradecer es fácil. Cualquiera lo hace. Un agradecimiento real trae consigo el acompañamiento de un gracias. Pero, una forma simple y humilde de agradecer es rendir honores a alguien en vida.         Hoy trabajo en el deporte. Hoy me dedico a colaborar en el deporte. Hoy soy psicólogo.  Hoy junto a muchas personas entre ellas Roberto Vásquez Terán - Nutricionista-  cooperamos en el desarrollo deportivo de los deportistas del Ecuador. Hoy, somos parte de Judo.        Hace algunos meses recibimos un llamado desde Ibarra. Ciudad linda y naturaleza activa a la orden de su gente. El llamado era del deportista Carlos Granja. Un chico de no mas de veinte años que quería su tercera medalla mundia

La sutileza de la naturaleza

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                 jamás imagine que un movimiento tan sutil como el de una hoja al caer de un árbol pudiese remover los escombros de la memoria. Retrocedí casi 37 años solo mirando una hoja que se desprendía de aquel árbol frente a la ventana de mi dormitorio. Se que es una hoja. Se que no habla. Se que no es un elemento que pueda perturbar a casi ningún ser vivo.  Se que la hoja que se desprende es el inicio del camino hacia la muerte y su renovación. Tal vez, la caída de una hoja también sea un acto de revolución.             A partir de ahí comencé a pensar. Cuarenta y dos años tengo en la actualidad. Veinte me han de quedar. Que haré con esos veinte años. E inmediatamente mientras la hoja seguía cayendo y mucho antes de pisar el suelo vi en ese viaje como la hoja daba vueltas y era embestida, giraba muchas veces y casi cuando ya tocaba el suelo volvía a la cima de su viaje. esa hoja no tenía miedo. Esa hoja no sabia de sombras, de pánico, de pavor.             Y pensé: miedo.