El Susurro Del Alma: El Eco De Un Buen Padre.

 



Don Ernesto era un hombre sencillo. Había pasado la mayor parte de su vida trabajando como mecánico en un taller perdido entre las callejuelas de un barrio pobre. Su mayor tesoro era su hijo: Julián, un joven de 17 años con una mente brillante y un corazón limpio, que soñaba con ser ingeniero y construir puentes por el mundo.

Pero el taller no daba mucho. El dinero nunca alcanzaba, y cuando a su esposa la enfermedad la fue apagando lentamente, don Ernesto hizo lo que muchos hombres desesperados hacen: pidió ayuda a la gente equivocada.

Un dia, sin más opción, acepto un préstamo de una organización mafiosa local, “la hermandad”, para pagar tratamientos y comida. Sabía que no era un juego limpio. Sabía que, una vez dentro, era difícil salir. Pero su esposa vivió seis meses más gracias a eso. Cuando ella murió, sin embargo, la deuda no murió.

Pasaron los años, y la hermandad empezó a apretar, a amenazar a don Ernesto. Don Ernesto se convirtió en su informante y cómplice ocasional, ayudando con autos robados y escondiendo mercancía. Siempre mantuvo a Julián fuera. Nunca dejo que su hijo supiera lo que pasaba tras las puertas del taller, aunque eso le costara noches sin dormir y una vida de miedo.

Pero todo cambió cuando Julián recibió una beca para estudiar en Europa. Era la oportunidad de su vida. Y también fue el disparador de la tragedia.

Esa misma semana, un miembro joven de la hermandad, en busca de ascenso, decidió usar al hijo como palanca. “que el chico se quede. Puede servirnos. Inteligente, callado, y leal como tu Ernesto”, le dijeron los miembros de la banda.

Don Ernesto suplicó como nunca antes. Quería a su hijo fuera de esto. Pero sabía que las suplicas no bastaban. Así que tomo una decisión trascendental. La más difícil de todas.

Una noche, antes de que Julián tomase su vuelo, lo despertó y le dio una mochila con dinero, documentos falsos y una carta.

La carta decía: “_ Hijo mío, te vas esta noche. Mo mires para atrás. No me preguntes y no preguntes nada. Lo único que he deseado incluso hasta antes que nacieras fue que vivieras limpio, libre, feliz. Yo ya no puedo, pero tú sí. Tienes un universo de posibilidades por delante. Tal vez no fui el padre que merecías pero mi última promesa siempre se trató que tuvieras una vida que yo nunca tuve. Con un amor que solo un padre puede sentir por su hijo. Un abrazo y un te amo infinito…tu padre…Ernesto…_”

 

Julián, confundido y con el corazón en la garganta, obedece y huye. Apretando la foto de su niñez donde salía con su papá y mamá llega al aeropuerto con ayuda de un viejo amigo de su padre, un taxista silencioso que no hace preguntas.

Horas después, mientras el avión cruzaba el atlántico, La hermandad descubrió la fuga. Don Ernesto ya los esperaba. Los recibe en el taller, de pie, sin armas. Solo con su silencio. Solo con su existencia. Con la silueta de su esposa y su luz de compañía.

Horas después el taller amaneció en llamas. Nadie supo nunca más de Don Ernesto. Algunos le lloran. Otros le rinden honores.

Con los años Julián se graduó. Y encontró trabajo de manera inmediata en grandes obras de ingeniería. Nunca volvió a su tierra natal. Pero cada vez que cruza un puente, se detiene, cierra los ojos, reza y murmura:

…gracias… gracias papá… por todo….




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