Cartas a Dios / XIII / Conciencia; ¿Sigues ahí?
Querido Dios:
Perdóname si empiezo sin mayúsculas
solemnes que se te deben, sin incienso, sin rezos, sin aleluyas. No es rebeldía.
Es cansancio. O tristeza tal vez. O decepción pero que no alcanza a ser
desesperanza.
Hoy te escribo no para
pedirte milagros – nunca lo hecho-, ni para agradecerte por los hermosos
atardeceres – que a veces ya nadie los ve-. Te escribo porque hay algo que me
duele como si lo llevara en el pecho desde hace siglos: la costumbre que
tenemos de mirar la violencia y /o salimos corriendo o no hacemos nada. Entiendo
que son justamente mecanismos humanos ante cualquier amenaza pero falta el más
importante: enfrentar la violencia.
Hoy alguien pateó a otro en
la calle. Lo tiraron al piso. La sangre le mancho la camisa como si fuera un
tajo en la dignidad de todos. Alguien gritó, muchos filmaron con el celular, muchos
estaban llenos de coraje. El pateado era supuestamente un ladrón. Le robo a
alguien en el transporte público. Lo atraparon. Pero la gente lo atrapó. La gente
toma la justicia por sus manos. La gente enjuicia, dicta sentencia y ejecuta. Casi
matan al ladrón que tambien pertenece a la raza humana.
La gente está cansada. El estado
no apoya mucho. Los policías no apoyan mucho. Y obviamente si el estado deja de
funcionar la gente lo comienza a hacer. No justifico ni al ladrón ni la paliza
que le dieron.
¿Qué nos pasó?
¿Qué nos está pasando?
¿Cómo terminaremos?
Nadie llamó a una
ambulancia. Pero si subieron los videos a las redes sociales.
Estamos en una posición muy frágil.
Porque el dolor ajeno pasa a ser una postal. Estamos en una posición muy frágil.
Porque el miedo solo es visto en quien es atacado. Estamos en una posición muy frágil.
Porque se puede pensar que la violencia puede llegar a ser contagiosa.
¿En qué momento se nos
atrofiaron los reflejos de humanidad?
¿Después del Covid-19?
¿Después de tantas veces que
hemos escuchado que el mundo se va a acabar?
¿Después que pensamos que el
cielo, el infierno y el purgatorio son solo interpretaciones?
¿O, que sencillamente no
existen?
¿Dónde estás señor?
¿Nos estás castigando?
¿A todos?
¿Todos lo merecen?
¿Solo yo?
Tú que lo ves todo – al menos
eso nos enseñaron los curas y sacerdotes, los viejos, los tíos creyentes, las
canciones- ¿No te duele ver como la indiferencia se volvió el idioma oficial
del mundo?
No te escribo para pedir
castigos, ni rayos vengadores. Te conozco. Sé que no andas con látigos. Te acuerdas
de la frase que habla de ti: “Dios castiga pero no a palos”. Pero déjame preguntarte
algo: ¿Dónde se extravió la conciencia? ¿Dónde se nos cayó ese estado elemental
que nos hacía detenernos ante una injusticia, incluso si no era la nuestra?
¿En un pago por silencio?
¿En el capitalismo?
¿En la corrupción?
¿En la salvación individual?
¿En la veneración subjetiva
de un Dios repartido por los mismos millones de seres humanos en el mundo?
Tú que eres por lo menos la metáfora más bonita que
hemos inventado para entender lo que no entendemos; ¿no podrías susurrarnos un
poco más fuerte al oído? ¿No podrías gritarnos, si hace falta, cuando veas que
preferimos mirar el celular antes que tender una mano?
Yo sé, el libre albedrió. Ya
me lo explicaron muchas veces. El mérito está en elegir. Pero; ¿y si ya no sabemos cómo se
elige? ¿Y si el algoritmo nos anestesió?
Dios, no estoy enojado
contigo. Estoy más bien decepcionado con nosotros. Con esta sociedad que
confunde “viral” con “importante”, que ve cuerpos en el piso como si fueran
decorados urbanos, que cree que la empatía es una consigna de publicidades y no
una urgencia.
Y sin embargo, sigo
creyendo. No en ti con barba ni en los rezos largos. Pero en la posibilidad de
que algo dentro de nosotros despierte. De que todavía podamos, aunque sea por
accidente, conmovernos.
Una lagrima bien puesta. Una
pregunta sincera. Un acto de valentía chiquita, como ofrecer agua o escuchar
sin mirar el reloj. Algo.
Dime; ¿crees que todavía hay
oportunidades? ¿O esto ya es solo una repetición infinita de gente mirándose a sí
misma mientras el mundo sangra?
Yo quiero pensar que no. Que
tal vez haya alguien en una plaza que vea una injusticia y no saque el celular.
Que corra. Que abrace. Que llame. Que diga “basta. Que eso prenda. Que sea
contagioso, como la risa o el amor.
Quizá eso eres tú, Dios; ese
impulso chiquito que nos hace humanos de nuevo cuando estamos a punto de
olvidarnos.
Bueno… era eso… gracias por
escucharme. O por estar. O por dejarte escribir.
Aunque no contestes.
Con una fe terca y llena de
esperanza…siempre…
Rodrigo
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