Víctor / Dedicada para quienes necesitan cerrar el circulo
.VICTOR.
Somos cinco mil
Somos cinco mil
en esta
pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco
mil
¿Cuántos
seremos en total
en las
ciudades y en todo el país?
Solo aquí
diez mil
manos siembran
y hacen
andar las fábricas.
¡Cuánta
humanidad
con hambre,
frío, pánico, dolor,
presión
moral, terror y locura!
La vida es extraña. Nunca hice
deporte. Aunque me gustaba no pude hacer ejercicio. Fui atraído mucho más por
la música, las letras, el teatro, las luces, el enseñar. En la oscuridad de mi
sitio actual trato de imaginarme lo mejor de cada uno de las personas que piso
este estadio. Sus celebraciones, penas y alegrías. Un lugar lleno de alegría
transformado en un campo de sombríos sentimientos. Cuanta alegría enfrascada en
sombras Siento mucha presión. Pienso en mi esposa y mis hijos. Me los imagino
de grande. Mi esposa es una mujer valiente. Mis hijos también lo serán.
Desde que me trasladaron de la universidad
técnica hasta acá han pasado tres días. La última vez que hable con mi mujer
trate de proyectar en mi voz seguridad, paz y confianza. Hago un recuento de entre
todas mis canciones y escritos. Y me rio orgullosamente. Todos tenemos una
misión en esta corta vida. Yo elegí ser un hombre distinto. Repase en mi memoria desde que tengo
conciencia mi infancia, mi juventud y mi presente. No pude evitar ser una
persona inquieta, curiosa y creativa. Jamás fui violento. Mis primeros
recuerdos son muy humildes. Solo ahora pude gozar de una vida distinta.
Moderada. Humilde. No obstante, y desde
muy pequeño desde que miraba a los caballos desde mi ventana en mi dormitorio
sentí la necesidad de pensar al hombre y la mujer como la mayor fuerza
existente en la vida. Todos y cada uno de nosotros posee la fuerza necesaria
para enfrentar las más distintas aberraciones humanas y de la naturaleza. Con
fe, alegría, paciencia, amor, comprensión y valentía todo se puede.
Fue solo hasta hoy que pensé en la muerte. Sin
miedo. Pero si con mucha curiosidad. Tal vez el traspaso de la vida a la muerte
y de la muerte a la vida es así de violento. El alma debe separarse del cuerpo.
Mientras divago en mis pensamientos siento
afuera del camerino muchos pasos. Son los pasos de botas. Que van de un lugar a
otro. Siento lamentos, a ratos mucho silencio, gente rezando y personas
llorando. Sentía mucha sed. Y un fuerte dolor de cabeza. También hambre. Pero
siempre he pensado que hay cosas peores. Cosas peores son no poder decir lo que
piensas, amar, cantar, o ser lo que otra persona quieres que seas. Me tienen en los camarines. Los camarines son
para deportistas. No recuerdo ser deportista. Recuerdo mi guitarra. Y mis
canciones. Pero por que ocupar camarines que son de paz para hechos tan
crueles. Me han preguntado mil veces lo mismo. Y mil veces he respondido. Me
dicen el cantante.
Desde hace tres días juegan conmigo. Con mi
alma y mi cuerpo. Me han pegado, roto los dedos, costillas, han apagado
cigarrillos en mi cuerpo, me han hecho acostarme en el suelo lleno de orina y
excrementos. Y me han fusilado como dos veces. Pero solo han sido simulacros.
Creo que hoy es 16 de septiembre de 1976. Hace
cinco días Salvador Allende dejo de existir y con él se escribirá otro chile.
En el simulacro de fusilamiento me llevaron a
otra área del estadio. Pero antes de llevarme había escrito un poema. Lo tenía
en mi calcetín. No lo dejaría por nada. Trataría de entregarlo a alguien si mi
momento llegaba. Me sacaron de la oscuridad para llevarme rápidamente al lugar
de fusilamiento. Antes de colocarme una
venda en los ojos pude ver las caras de todos los presentes. Gente humilde.
Disfrazada de guerra. Gente que no podía deshacerse de su papel. Vi caras de
tristeza sabiendo que estaban haciendo cosas equivocadas. Vi niños. Vi caras
reflejando incomprensión. También vi perdón. Vi cómo me miraban y vi que pedían
perdón con su actuar. Los entendí. También soy ser humano. Me colocaron la
venda. Sentí los fusiles, la preparación, los gestos, y pese a que estaba
vendado vi música. Comencé a escuchar música. Mi música y otro tipo de música.
Me traslade a otro lugar.
Me fui
al campo. A campo abierto. Sentí como los árboles se movían y sentí la brisa de
chile. Un viento suave que no tenía ni frio ni calor. Estaba listo. Me imagine
sentado. Sentí mucha paz. Recordé a cuanta gente hice sonreír. A cuanta gente
abrace. Recordé con cuánta gente también lloré. Recordé a mi esposa. Estaba
enamorado. Ella tenía la facultad de escucharme por horas y solo verme. Se reía
mucho conmigo. Y claramente, me encantaba hacerla reír. Y ahí estaba yo. En el
campo. Es extraño volver al lugar de donde naciste cuando vas a morir. Siento
entonces la cuenta regresiva. La disposición de los fusiles y el disparo. Grite
hacia dentro: VIVA CHILE. Pero aun no era mi hora. Todo había sido un
simulacro.
Me devolvieron a mi camerino. A mi cárcel
deportiva. Y me dejaron descansar por cinco horas. Un niño disfrazado de guerra
me acompañaba. No me hablaba. Pero la cara del hombre habla por sí sola. Estaba
asustado. Yo tenía sed. El niño disfrazado de guerra me ofreció agua. Se lo
agradecí. Un gesto humano entre tantas sombras. Mi abuela me hubiera dicho que
el diablo estaba en ese momento a cargo. Yo solo pensaba en que canción podría
escribir después de salir de esto.
Después de unos minutos al terminar
mi último vaso de agua entraron a mi camerino más personas. Me decían el cantante.
Sin palabra que intercambiar comenzaron a golpearme nuevamente. El cuerpo
humano es muy sabio después de tanto dolor infringido tiene la capacidad de
anestesiarse. Ya no sentía dolor. Otra vez rompieron mis costillas y me
trasladaron a un sótano rápidamente. En el camino mientras era llevado a
rastras para someterme a la última etapa de mi agonía pase mi poema a un
compañero, que lo escondió también en su calcetín. Cada uno de los amigos
intentó aprenderse de memoria el poema.
Al borde de perder la conciencia y
casi perdido en mis recuerdos un oficial apodado "El Príncipe" me
golpeó y gritó: "Canta ahora si puedes". Y lo hice. Cante. Pero esta
vez no cante solo. El estadio me acompaño. Era mi último canto en vida.
Ya en el sótano y aun escuchando la canción en
mi mente un subteniente, que también estaba a cargo de los conscriptos, comenzó
a jugar a la ruleta rusa con su revólver apoyado en mi sien. Con este diabólico
pasatiempo, sonaba el arma y no salían balas.
Era mi hora, mi tiempo, mi momento. Entre
ofensas y el juego construido por bestias disfrazados de seres humanos me alejé
de la escena y sentí el olor a la tierra cuando esta mojada después de llover. El
olor a tierra mojada se llama petricor y proviene del griego, ‘piedra’, e ikhôr.
El ikhôr es la esencia que corre por las venas de los dioses en lugar de
sangre. Respiré y mantuve la respiración. Fue ahí que sentí un extraño alivio.
De tal forma que cerré mis ojos y sentí pequeños empujones. Fueron cuarenta
cuatro empujones que pude contar. Después de eso pude dormí plácidamente. Soñé
como nunca lo había hecho. Y descanse como después de haber tenido largas
jornadas de trabajo obrero en el campo o la fábrica.
Al otro día abrí mis ojos. Había tenido un
sueño reparador. Pero, una señora me mira fijamente. Debe tener unos setenta
años. Estoy a los pies del cementerio. Sentado. En aproximadamente el quinto
panel. No logro determinar que estación del año es. Tampoco puedo determinar si
hace frio o calor. No obstante, siento muy extraño la respuesta de mi cuerpo. Y
de mi alma. Una muralla está detrás de mí. El pasto esta largo y muy verde. No
estoy solo. Estoy acompañado de cinco personas más. Todos sentados. Unos miran
al cielo. Otros al suelo. La señora me mira fijamente. No está sola. Esta con alguien
que no recuerdo. Pasa su mano por mi cara. Me la limpia. Hace movimientos muy
suaves que me hacen recordar las caricias de mi madre. Abre muy grande sus
ojos. Una lagrima se le escapa. Ella me
recuerda quien soy. Le dice quién soy a la otra señora quien le acompaña. Logro
escucharla. Dice que soy Víctor, Víctor jara. Recordé entonces lo que hacia
allí.
En
donde estés
Un
gran abrazo.
Comentarios
Publicar un comentario