¿A la Deriva? - JFK-
¿A la deriva?
He hice lo que quise. Pero, ahora las
consecuencias son terribles. El ser humano, único ser, que mata para poder deshacerse
de lo que le molesta. Antes, quemaban a la gente, la ahorcaban, a otras la
llevaban a la guillotina, a otros los tiraban a los leones... Ahora, te mandan
a matar. Cómo quién contrata un servicio para expulsar a los ratones de casa.
Incluso, existen asesinos de profesión. Qué ironía. Te imaginas le preguntan a
tu hijo en el colegio: ¿ Juanito, que hace tu Papá?. ¡ El es asesino señorita!.
Es más, creo que pagan muy bien.
Somos muy
extraños. Si eres muy bueno, te matan. Si eres muy malo, te matan. Y, si eres
más o menos también te matan, pero socialmente. No te toman en cuenta.
No me gusta como
sangran mis heridas. Parece que son profundas. De hecho, me empezó a dar un
poco de frío. Que raro responde el cuerpo. Siento, como que a cada minuto me
quitaran un poco más de aire. Una bala, entró por mi cabeza. Creo que me rompió
un poco el lóbulo occipital. Otra, me dio en la pierna. La bala sigue en ella.
Y, la última, si es que no hay más, me dio en el lado izquierdo del corazón.
No siento dolor.
Sí un poco de molestia. Me mantiene con vida la curiosidad de saber quién pudo
maquinar todo esto. Estoy muy manchado de sangre. De saber lo que pasaría, no
me hubiese puesto camisa blanca. Lo bueno, es que me coloque el smoking negro.
Así, la sangre no se nota tanto. Cuando
me sacaron del auto, discreto por lo demás, venía escuchando una melodía muy
grata. Era algo así como vientos de esperanza. No recuerdo bien.
Han pasado algo
así como cinco minutos. Aún no ha llegado la ambulancia. Mi esposa me acompaña.
Mis hijos están en casa. Me da pena saber que no están conmigo. Pero, lo bueno
es que no pueden ver a su padre en estas condiciones. Yo creo que sentirían un
sentimiento muy extraño. Una vez me caí en presencia de ellos. Claro esta,
rieron. Yo también reí. Pero, la caída me produjo una profunda herida en la
rodilla. Recuerdo que me tuvieron que acompañar al hospital. Uno de mis hijos
lloraba. Estaba preocupado. Los otros dos, estaban tranquilos apoyándome. Si me
vieran ahora en estas condiciones pienso que sus emociones brotarían
espontáneamente al ritmo de la tristeza.
Y, aún no llega
la ambulancia. Han pasado cómo siete minutos. Mi esposa esta llamando por
teléfono. El pueblo la ayuda. Una señora muy gentil me tiene tomada mi mano
derecha. Ella, acompañada de su marido, que aún no puede creer lo que sucede,
me acaricia y señala que no me duerma. Que me quede. Me darían ganas de gritar
que no me quiero ir pero no puedo. Estoy débil. Me muevo un poco y siento como
las heridas, que ya sanaban, dan rienda suelta a sus caprichos de encontrar
salida. La sangre brota sin misericordia y con ella, se llevan mis energías.
Que extraño que somos. Hace un rato, tenía que dirigirme a aproximadamente
veinte millones de personas. Pero, ya no podré hacerlo. Aunque mi mensaje es
simple, es al mismo tiempo irónico. Tenía que hablar de la paz... del valor de
la paz en el mundo.
Comienzo a perder
un poco la vista y a escuchar con menos sensibilidad. A lo lejos se siente la
ambulancia. Me da la sensación que viene a toda velocidad. Ahora, mi esposa me
acompaña. Que mujer más bella. Ella, siempre me ha acompañado. La conozco desde
los veinte y seis años. Peleábamos de vez en cuando pero al final siempre
reíamos. Nunca me pude enamorar de otra mujer. Ella, era única. Sólo con su
presencia me hacía feliz. En las noches, y desde que la conocí, siempre me
pidió que le hiciera cariño en su cabeza. Como ella: “ninguna”. A mí me
encantaba abrazarla. Creo, que a ella también. Ahora está a mi lado. Me besa.
Me habla al oído. Interpreto lo que dice por qué no puedo escucharla
completamente. Entendí que decía que no me rindiera.
También, señaló
que nuestros hijos estaban bien. Les mintió diciendo que yo estaba en la
oficina esperando para dar el discurso.
Siento el corazón
en la cabeza. Y la cabeza la siento en el corazón. Mis piernas ya no funcionan.
Al parecer, moriré. Pero, moriré de buena forma. Luchando por la paz. Aunque no
es una honrosa muerte, lo que antes hice tuvo un sentido. Un hombre de la ambulancia me habla. No le entiendo. Mueve sus manos, tampoco le entiendo. Saca
una linterna y la coloca en mis ojos. Casi me deja ciego. Sólo sentí mover mi
mano. Ahora, entiendo porqué algunos entendidos peleaban por la primacía del
espíritu sobre el cuerpo y viceversa. Siento algo, pero no es el cuerpo. Creo,
que las fuerzas que impulsan a mi apariencia andante ya se han alejado. Mi
esposa me acompaña. Siempre me acompañó. Eso es impagable. Lástima, que ahora
no le puedo devolver lo que siento por ella. Hago el intento y nada de mí lastimado
cuerpo responde. Mi mano si se mueve. Creo que Leticia entiende. Por que se
acerca. Eso es lo bonito del amor. Que algunas veces las palabras sobran. Me
abraza y coloca su cabeza al lado de la mía. No siento nada. Las últimas
fuerzas me alcanzan para tomar su cabeza y decir ocho simples palabras: “ TE...
AMO MI AMOR... NOS VEMOS OTRO DIA...”
EN DONDE ESTES
Dedicado a JFK.
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