Siniestro - El lado oscuro de la mente- Parte II - Violator
Sentí
la explosión del hospital y me quede algunos minutos en la cama. No sabía en
realidad que pasaba.
Pero
lo peor, no sabía qué hacer. Lentamente
me levante. Llegue hasta la puerta. Mire. Los pasillos estaban vacíos. Todo el
mundo había escapado. Al parecer, era uno de los pocos que estaban ahí.
Seguí
caminando hacia la salida. Vi en el suelo muchos guardias. Algunos sin sus
cuerpos completos. Alrededor de dos daban sus últimos alientos. Solo me acerque
a uno. Ese guardia trataba de hablar, pero la sangre en su cara no le permitía
emitir alguna palabra clara y concisa.
Lentamente
me acerque a su rostro mientras seguía escuchando explosiones, balazos y
gritos. Ya casi al lado de su boca solo una palabra alcance a entender. El guardia
decía:
-
Auuxxxilioooooooooooooooooooooooo.
-
¿Cómo te puedo ayudar? – le comente muy
lentamente-
-
Ayudaaameeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee.
-
No – agregue-
-
….
Y
lentamente pude observar como sus pupilas se dilataban y su cuerpo perdía la
fuerza, la motivación y la energía. Al final, reí. Pero no de maldad. Sino que
de alegría. Ya que, jamás me ha gustado ver a alguien sufrir… pero si… gritar,
clamar y berrear.
Deje
al guardia. Las paredes destilaban sangre. Pero a mí eso no me llamaba la atención.
Mis compañeros de celda deben haber hecho todo este show.
A ellos
les encantaba matar. Ellos; eran hermanos.
Gemelos. Jamás vi en ellos un gesto de arrepentimiento ni alegría, ni tristeza.
Me daba la impresión de que esos gemelos mataban porque jamás habían aprendido
nada más que eso.
A lo
lejos se veían. Así era mejor.
Salgo
del hospital y camino sin mirar atrás. Creo haber caminado por media hora. El sol
ya casi salía. Tenía hambre. Pero mucha hambre y no era de comida.
La psicóloga
y la psiquiatra de la institución nunca lograron determinar porque me gustaba y
sentía tanto placer por mis víctimas. Nunca habían abusado de mí. De hecho,
nunca alguien me había tocado. Y mis padres jamás me hicieron sufrir. Jamás pude
recordar un hecho que me traumatizara.
No obstante,
me encantaba abalanzarme a las personas. Sobre todo a las mujeres. Tal vez, mi propuesta
era distinta. Un poco violenta. Un poco intensa. Un poco dura. Un poco alocada.
Un poco inexplicable. Un poco fuerte. Pero al final del camino seguía haciendo
amor.
Yo sentía
amor. Siempre sentí amor. Sino que yo entregaba el amor de otra forma. A mi
manera. Como nadie me había entendido termine en el hospital. Pero ahí fue
peor. Mucho peor. Porque mi sed al pasar de los meses en vez de disminuir subía.
Nunca
le tuve fe a los hospitales. Al contrario, siempre pensé que era el lugar ideal
para pulir aún más las técnicas no solo de mí sino de todos lo que la
habitaban.
Mientras
seguía caminando y notaba que la policía, ambulancias y bomberos pasaban cerca
de mí de la nada entre en pánico. Una chica. En el suelo. Pidiendo limosna. A esa
hora. Sus cabellos. Su cuerpo. Sus manos. Sus pies. Entre en shock.
Y me
perdí. En las sombras. En la oscuridad. En lo inexplicable. Me abalancé. El ritual
había comenzado.
Después
de minutos unos cabellos lleve conmigo. De no ser por un policía que me disparo
en la pierna y logro atravesarla hubiese sido perfecto.
Sangre
mucho. No había nada cerca. El policía corría muy cerca de mí. No había nada
abierto. Excepto una gasolinera.
Ya
eran las 06.02. Comenzaba a amanecer. Había perdido al policía. En caja de la gasolinera pedí una hamburguesa y una bebida. Comí. Comenzaba
a darme sueño. Intentaba recordar detalles de la explosión y recordé que aún
estaba con sangre en las manos, brazos, cara y cuerpo. Me dirigí al baño. Lave
mis manos, brazos y cara.
Fui
al baño. Quería ver si mi rostro aún tenía rastros de sangre. Los cabellos seguían
conmigo de mi anterior pareja. De
pronto, un celular que estaba en mi bolsillo derecho comenzar a sonar. Lo miro
y decía número desconocido. No conteste. Mi madre siempre me enseñó a no
contestar números telefónicos de personas desconocidas. Comencé a sentirme un
poco mareado, me tiritaban las piernas, sentí que se me nublaba la vista.
Como
no veía correctamente saque el celular. Si yo no podía ver algún rasgo de
heridas o sangre en mi rostro el celular lo haría por mí. Lo coloque en modo
fotos y cuando el espejo estaba frente a mí
apreté el botón. La fotografía salió. No obstante, mi sorpresa fue que
la imagen no me pertenecía. Quien salió en la foto no era yo. Revise
rápidamente el resto de fotos del celular y no habían más. Solo existía una
sola foto y era justamente la que había sacado hace algunos segundos. Comencé a
asustarme y más aún cuando otro cliente de la gasolinera me dice:
- Buenas noches.
- Buenas noches le conteste.
Sin
embargo, el cliente comenzó a gritar de tal forma que asustó al resto de
clientes que estaban al otro lado del baño. Le pedí que hiciera silencio. Y le
pregunté por qué gritaba. Lo único que hizo fue señalar mi rostro con su dedo.
El alma me volvió al cuerpo. Ya podía ver mucho mejor. No sudaba. Había pasado
el mareo. Mis piernas no tiritaban. Fui al espejo. Y vi mi cara. Era la misma
imagen de la fotografía. Fue ahí que comprendí que la foto era yo y que yo era
la foto.
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